LA CASA DE CARTÓN
La casa se presenta como un pequeño rincón al que acuden a resguardarse nuestras inquietudes y alivios; es la materialización del cariño o el escondrijo de nuestros cuerpos; es un espacio que definimos y nos define; Un abismo que nos devuelve la mirada. Como el retrato de nuestras costumbres, ritos, emociones y pensamientos, nos protege del extraño mundo del que nos escondemos. Conocer nuestra casa es conocernos a nosotros mismos, funciona como un cuerpo al que nosotros ponemos alma.
La intención de La casa de cartón es establecer una metáfora entre el camino introspectivo que lleva conocer a una persona o a nosotros mismos, tomando símbolos directos de las diferentes partes de la casa. Fue menester lograr la profundidad en una espacio que se antojaba tan pequeño como íntimo.
Atraído por una tenue campanita te deslizas por la pequeña sala que se quiere dividir en tres pequeños habitáculos: en primer lugar, encontramos la Entrada, la piel, esa capa superficial de objetos que sirven de chivatos, de testigos. Son puertas y ventanas las que permiten entradas y salidas al mismo lugar, pero desde diferente ángulos, que nos llevan a ningún lado o que nos abren a todos los posibles. Flotan en el aire activando el techo, pero conectados siempre por lo onírico del hogar. Una pequeña mesa alojada en una esquinita esperaba escondida a que se la viera agazapada. Siempre a la espera.
Pasando por dos grandes capas semitranslucidas que querían ser pieles llegas al pasillo, una estancia algo más estrecha y austera, donde de forma céntrica se ubica una larga cuerda que se une con el suelo al anclarse con la roca, es una aldaba. Este espacio que nos ubica hacia el interior del cuerpo y donde pedimos permiso para entrar al cuarto.
Es en esta última sala donde desconcertados quedamos a la espera infinita del permiso solicitado, pues nos dejan entrever, también otras finas pieles, que en lo más profundo de la sala encontramos el alma o corazón del ser. Un lugar inaccesible sin permiso que emite ligeros sonidos, a veces estridentes, dejándonos atrapados en el deseo por conocer.
Finalmente cansados de llamar y no recibir acceso procedemos a irnos por el otro camino, cerrando así el círculo.
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